....Continuacion
No empatizaba con casi nadie, y nadie simpatizaba con él. Le gustaba provocar reacción en sus semejantes,
y para ello, les asustaba con amenazas sanguinolentas, insultos o agresiones livianas. Y sobre todo, intentaba,
controlar todas y cada una de las situaciones del día haciéndose el fuerte y dominante. Y cuando las consecuencias
llegaban, siempre encontraba alguna manera de culpar a los demás de su conducta. (¡Tu me has enfadado, mira lo que
has hecho!). Tenía, de alguna manera, el don de sacar de todas las personas con las que interactuaba lo peor que
llevaban dentro.
Y claro, esto no lo hacía precisamente popular en su barrio, ni en su colegio, ni en su familia.
Y cuando se percataba del rechazo, una ira inconmensurable le dominaba cegándole por completo.
Y comenzó a sentir que la vida era una mierda, y que no merecía la pena vivir de esa forma.